En el curso de la vida se aprende a vivir, pero lo que en realidad se necesita es aprender a morir. Nos entregamos por completo a la tarea de existir con todo lo que a eso atañe: amor, cariño, dependencia, empeño por sobresalir, experiencia, dolor; aprendemos la forma correcta de comportarnos socialmente, aprendemos los códigos sociales que nos mantienen como miembros de una colectividad, aprendemos a aprovechar el pasado y nos mantenemos planificando un futuro.
Todo en nosotros gira en torno al sentido de la vida, la tristeza y la alegría, la suerte o la mala disposición, lo bueno y lo malo, absolutamente todo está dentro del molde de la existencia, de nuestra existencia.
La muerte es apenas una sombra lejana por mucho tiempo, algo que afecta horriblemente a otros y de ellos nos sentimos alejados, ajenos... la comprensión de la muerte se abrevia en una sola cosa: desolación.
Y aunque poco a poco vamos comprendiendo que todos tenemos un final y que ese final se llama muerte, nuestra postura ante ella es siempre de rechazo, de un rechazo ilógico y brutal que nos aprisiona cruelmente los sentimientos y hace saltar los resortes que nos impulsan a buscarle sentido a ese final de la existencia.
En ese curso de la vida, la muerte se hace presente en nuestras vidas, presentando el contraste absoluto que hay entre la existencia y el final de ella. La muerte nos toca indefectiblemente en lo más íntimo, en ese nuestro interior que es tan sagradamente privado que nos sentimos violados ante la irrefrenable presencia de la muerte.
Y entonces, vivimos anticipando nuestra muerte, que va acercándose a nosotros por muchas vías. Y el miedo a caer por fin en su reino nos provoca sudores y espasmos más allá de lo físico.
Y redoblamos nuestros cuidados, sacrificamos nuestras costumbres y adquirimos hábitos que antes ni siquiera imaginamos seguir, balanceámos de alguna manera nuestras relaciones humanas, buscamos con ahínco un recurso reconfortante que nos "ayude" a comprender el paso final.
Y todo esto de nada sirve. Porque la perspectiva no es la correcta. A la muerte no se comprende ni analiza, debemos como al principio se dijo: aprender a morir.
Y... ¿Cómo es que podemos aprender a morir?
Uno de los pasos capitales es el desprendimiento de nuestro interés por el mundo material, somos concientes que debemos hacer uso de todo lo que el mundo físico ofrece, pero también comprender que ese uso no es exclusivo, permanente ni indispensable.
El precio que debemos pagar por la separación física con los seres queridos, es alto, nos conduce a depresiones, a dolores inimaginables y a enfrentar nuestra conciencia cuando fuimos los generadores de problemas. La desolación antes mencionada nos invade totalmente y la soledad causada por la muerte es indescriptible. Debemos adelantarnos mentalmente a ese momento, ponernos en esa situación de pérdida y otorgar desde ya, el perdón necesario a los demás y trabajar en nuestra naturaleza para ser dignos a la vez de ser perdonados.
Y por útimo, debemos estar completamente convencidos que la muerte es el proceso natural de la vida, que no es algo independiente de la existencia, que así como tuvimos la oportunidad de nacer, así tendremos sin objeción ni duda, la oportunidad de morir.
No es fácil ni placentero el encausar nuestra mente por esos caminos, y es porque nos inclinamos demasiado a la vida que perdemos la senda lógica de la existencia. El morir es el último paso de nuestra vida y es uno que debemos dar con dignidad y sabiduría.