Sus manos habían labrado el durísimo mármol por años, es lo que le gustaba hacer y nunca habría ni pensado en trabajar otra cosa. No era un oficio, claro que no, era un arte y así se lo habían venido haciendo saber por mucho tiempo los que le conocían y los que le admiraban, y también sus aprendices.
Desde muy chico, sintió la necesidad de darle forma a la piedra. En cuanto tomaba un guijarro del suelo, empezaba a golpearlo con otra roca y en poco tiempo aparecía la silueta de un caballo o de un toro.
A pesar de eso, sus padres no apreciaban aquel don, y no era porque no se diesen cuenta de que el muchacho tenía muy claras aptitudes artísticas, sino porque lo necesitaban para otros quehaceres. Era el único varón de aquella familia de campesinos. Por lógica natural y por la necedad de la supervivencia, aquel niño era el llamado a seguir los pasos del padre: cuidar de la tierra, atender a los animales, mantener la casa en condiciones normales y cuidar a la familia.
El problema no era cosa simple. Porque perdía el tiempo en tallar sus piedras mientras era hora de cuidar las ovejas o de ordeñar las vacas, o de limpiar los gallineros, o de ir por agua al río; se ensimismaba de tal manera en darle los toques apropiados a aquellas rocas que el tiempo se le iba y era devuelto a la realidad de la vida o con el espantoso grito del padre o en el peor de los casos con un fuerte golpe que lo asustaba y lastimaba mucho más profundamente de lo que parecía.
En ese devenir, lastimoso, se le fueron los primeros años, tuvo que aprender a reprimir sus ansias escultóricas en ciertas horas del día, para evitar los castigos paternales. En casa, las cosas no marchaban de mejor manera, la madre, era igual de autoritaria, más por necesidad que por vocación, había tanto que hacer, desde la mañana hasta la noche. Atender las necesidades de los hermanos menores era una prioridad que no podía dejarse de lado bajo ningún pretexto.
Su suerte cambió un soleado día, en que estando atizando el fuego del caldero, escuchó una voz extraña, era una voz masculina que desde fuera de la casa, reclamaba por ser atendida. El padre estaba ausente, en sus oficios del campo, la madre con mil cosas por hacer, los hermanos clamando por comida, despertigados por toda la casa... y la voz fuerte seguía llamando desde fuera…
La madre, un tanto desconfiada, miró por la ventana y habló con el extraño por unos momentos, luego, se abrió la puerta y él pudo observar desde el fogón, un par de espléndidas botas pisar el viejo suelo de madera. El desconocido fue llevado hasta el pequeño comedor, la madre reclamó su presencia de inmediato.
Se acercó a la mesa y pudo observar el rostro del recien llegado, era blanco, alto, del ojos claros y amables... lo que más le llamó la atención fue su sonrisa... se sintió tranquilo, sin miedo y se acercó aun más. El hombre lo saludó, y lo hizo de una manera que nunca lo había hecho nadie, con una inclinación de cabeza y tendiédole la mano, además lo llamó por su nombre, el cual le había dado a saber la madre a aquel gentil visitante.
Fue enviado al huerto a recoger algunas frutas para el visitante. En el camino de vuelta a la casa, en su acostumbrado mirar hacia el suelo, su vista dio con una superficie blanca; dejó a un lado el cesto con frutas y se dedicó a escarbar el suelo, aquello que había visto era la puntita de algo más grande, era una piedra extraña, blanca con rayas negras y rojizas. De inmediato en su mente empezaron a desfilar toda clase de imágenes de objetos y animales, incluso de personas, que podían ser trasladadas a aquella roca de hermosa apariencia y fría superficie.
Buscó a su alrededor y encontró algunas de aquellas otras rocas, duras que le servían para cortar y dar forma a otras. Y empezó a golpear aquella piedra blanca, la golpeaba por acá y por allá y en cada golpe se desprendían pedacitos blancos que se iban acumulando en el suelo.
Y como siempre, el tiempo se le fue... trancurrió sin que él se diese cuenta... se olvidó de las frutas, de la madre, del amable desconocido y del padre y sus golpes... y claro, fue precisamente esto último lo que lo trajo de vuelta a la realidad... sintió su carne encenderse, y luego el dolor y el ardor penetrantes... todo a la par del grito de aquella voz tan conocida... el padre lo sorprendió agachado en medio del camino, le habló una, dos, tres veces y fue como hablarle a una pared, entonces quitándose la correa de sus pantalones, le propinó un fuerte golpe en la espalda…
Su respuesta fue la de siempre, salir corriendo, llorando y gritando y sin soltar su tesoro... esta vez se dirigió a la casa... olvidando el cesto de frutas a los pies del padre.
Cuando entró a la casa, sabía que más golpes vendrían, la madre estaría enfurecida por la tardanza y ya tendría en sus manos el atizador, listo para impartir la disciplina... más no hubieron golpes esta vez; en el medio del recibidor estaba de pie el amable visitante, observando lo que acontecía, la madre a un lado, roja como un tomate, pero sin el atizador en sus manos, éstas las sostenía sobre sus caderas.
Por alguna razón, en lugar de ir a su escondite, bajo su cama, se refugió entre las piernas del visitante y esperó con ansiedad la llegada del padre. Este llegó, y sin dudas iría a darle una paliza acompañada por mil golpes... pero esto tampoco sucedió... el padre entró y se encontró cara a cara con el visitante. Lo increíble fue que aquel hombre de hierro, de mirada ígnea y voz de huracán que era su padre, puso rodilla en el suelo y bajo la cabeza ante el visitante.
No hubieron regaños... ni golpes... y el silencio que se hizo en la casa hasta le pareció raro... además lo sentaron a la mesa, le dieron pan y miel y un gran vaso de leche de cabra... fue entonces cuando se calmó lo suficiente y escuchó al visitante…
-He sabido desde hace ya algún tiempo que este niño tiene el don de tallar la piedra- dijo el hombre- Y también he observado que ustedes tienen el don de tallarle la espalda a golpes...-
-El niño no merece esta vida… ya ven de lo que es capaz de hacer con sus manos… y pienso que su futuro es mejor en otro mundo… aquí se va a desperdiciar un talento increíble… así que ustedes deciden… eso si… piensen bien lo que van a responder…-
-Pero señor– dijo el padre, – usted sabe que Marcelo es lo único que tenemos para nuestro futuro… no podemos prescindir de él… sería una tragedia para nosotros.-
– Y quedarse aquí, – dijo el visitante – sería una tragedia para él.
-Nosotros no entendemos de artes, señor – dijo el padre– entendemos del campo, de las cosechas, de los animales… ésta es nuestra vida, y Marcelo es parte de esta vida… Mi abuelo crió a mi padre de ésta manera, y mi padre me crió a mí de la misma forma... no conozco otra señor... es la tradición...-
-Ya veo… -dijo el visitante al tiempo que se paraba– entonces no queda alternativa, les dije que pensasen bien lo que iban a responder, y lo que respondieron no es lo que quería escuchar, por lo tanto, he decidido llevarme a Marcelo inmediatamente a palacio… ustedes podrán visitarlo una vez al año si asi lo desean o hasta que él lo permita.
Despues de aquellas palabras, ambos padres se echaron a llorar, él sintió una especie de tristeza al verlos asi, y ya estaba levantándose para ir a abrazarlos cuando el visitante le tomó de los brazos y lo acercó a él diciéndole:
-Marcelo, soy el Conde Migraff, soy el dueño absoluto de todas estas tierras, y quiero que vengas conmigo a palacio, tengo muchas piedras allí, grandes y hermosas, de muchos colores y quiero que las transformes, que las conviertas en aves, en caballos, en cisnes, en muchas cosas… tus padres lloran porque son felices… ellos saben que estarás bien… y te van a visitar… Te va a gustar mi palacio, además conocerás a otros que también aman las piedras y que igual que tú, pueden crear cosas hermosas… ellos serán tus maestros y te enseñaran sus secretos… Ve a traer algo de ropa… no necesitas más… vamos, te espero… date prisa...
No pensó más en nada y fue a recoger lo que el Conde le había dicho. Desde allí se escuchaban los llantos de la madre y los lamentos del padre, pero predominó la voz de aquel hombre...
Al volver, ambos padres lo abrazaron fuertemente, aun lloraban mucho, pero se puede decir que lo empujaron hacia la puerta. Fuera, el Conde esperaba en su caballo… lo levantó en vilo y lo colocó frente a él sobre la bestia y empezaron a cabalgar… el ruido del aire en sus oídos era fuerte y el cuerpo le empezó a doler por el movimiento…
Recorrieron mucho terreno... dejaron muy lejos aquel montocito de cabañas viejas donde vivían sus padres y los vecinos... y de pronto, apareció frente a Marcelo, aquel inmenso palacio... igual de imponente que el mismo Conde... Atravesaron el puente, las inmensas puertas se abrieron y los sirvientes corrieron a ayudar al Conde a bajar del caballo... El Conde lo tomó de la cintura y lo bajó del rocín...
-Bien Marcelo... ésta es ahora tu casa.- dijo el Conde.
Y dirigiéndose a otros sirvientes, les ordenó que atendieran al niño y que lo colocasen donde ya sabían.
Se acostumbró rápidamente a la vida en palacio… le enseñaron muchas cosas y aprendió velozmente. Su visión del mundo se ensanchó enormemente y lo mejor de todo, es que tenía todo el tiempo del mundo para darle forma al mármol, como aprendió que era el nombre de aquella piedra…
Sus padres llegaron algunas veces a verlo… sus visitas siempre eran breves y en las puertas del palacio, un soldado se mantenía siempre cerca... los padres simplemente llegaba a abrazarlo y a seguir llorando... luego, las visitas se terminaron... y Marcelo se olvidó de ellos con el paso del tiempo.
Conoció a otros Condes y Reyes… El Conde Migraff llegaba y le ordenaba le hiciera una sirena con tales detalles… él la hacía, encantado y luego se enteraba que la sirena era un regalo del Conde hacía otro poderoso…
Trabajaba en su arte, dentro de aquel gran recinto… sólo el Conde y algunos otros podían entrar… en ese lugar comía, dormía… vivía…
Sus manos fueron labrando el durísimo mármol por años… y la soledad empezó a molestarle.
Fue entonces… cuando desde su balcón… la vio…
Una doncella… caminaba sola por los jardínes… lentamente, se paseaba entre las estatuas que él mismo había labrado, las tocaba… las acariciaba… iba de una a otra… se parecia un poco a ellas…
No pertenecía al palacio... por lo tanto no debía estar allí... si la descubrían estaría en problemas... pero era tan especial la visión de aquella mujer... que él decidió no decir nada a nadie sobre ella.
Cada tarde, se repetía lo mismo… él dejaba lo que estuviese haciendo, por importante que fuese… y se iba a su balcón a observar a la doncella… ella se percató de su presencia… y le sonreía… y sus paseos eran desde entonces mas sensuales… mas atrayentes… y cada vez más cercanos a su balcón... pero aun así... era imposible que se pudiesen hablar...
Trató de averiguar quién era la doncella… nada. El Conde no tenía familia… la dama definitivamente no podía ser parte de la servidumbre… y nadie la conocía.
Le expresó al Conde su deseo por salir a dar caminatas por el jardín... pero el Conde se negó. Podía pasear libremente por todo el palacio... a su entero placer... pero no podía salir de el.
El deseo de poder saber más de ella, fue haciéndose intenso. Suplicó mil veces al Conde le permitiera salir a los jardínes por las tardes… el Conde se negó una y otra vez. Y le recordó que habían varios trabajos pendientes que estaban extrañamente atrasados. Mientras no cumpliese con aquellos, no le iba a ser permitido ni siquiera salir de su recinto.
Pero sus manos se negaban a apresurar las tareas encomendadas… Pasaba la mañana entera pensando en aquella dama, en las tardes la veía lejana, caminando entre las estatuas y percibiendo su sonrisa y por las noches no dormía imaginándose mil encuentros con ella… y asi… el mármol dejó de interesarle…
El Conde que se percató del atraso, llegó a exigirle que finalizase, pero Marcelo se negó, diciendo que si el Conde no le permitía salir por las tardes a los jardínes, él no terminaría lo iniciado… El Conde se molestó pero al ver la decisión de Marcelo, le dijo que le permitiría salir a los jardínes una vez por semana… Marcelo aceptó.
El día de salir llegó… Marcelo estaba loco de alegría… estaba enamorado, el amor lo invadía, su corazón hablaba, cantaba… caminó entre las estatuas esperando que apareciese aquella niña divina de sonrisa dulce… y sabía que tenía que declararle su amor… le diría que había nacido para amarla, que ella sería para siempre la dueña de su vida, que la había esperado, que la había soñado, solo de imaginar el encuentro, la garganta se le cerraba de los nervios…
En eso… ella apareció… envuelta en su manto blanco… hermosa… de grandes ojos claros y aquella sonrisa brillante y femenina… el manto envolvía un cuerpo que se antojaba perfecto… se acercó al escultor…El se sentía petrificado… su corazón se aceleraba… y se dio cuenta que estaba más enamorado que nunca…
Entonces ella dijo:
– Eres Marcelo, el gran escultor del Conde Migraff?
El asintió con la cabeza… a punto de brincar sobre ella y darle un beso apasionado.
– Marcelo… soy tu hermana Gisela… nací luego de tu partida…desde hace tiempo he tratado de entrar a palacio o de dejarte un mensaje, pero no he podido… al no saber quien eras, y verte en aquel balcón he tratado de llamar tu atención y atraerte a mí para cumplir con mi misión… ahora sé que eres tú… Marcelo… Nuestros padres han muerto de tristeza, desde que el Conde te trajo a palacio ellos vinieron a suplicarle te dejase ir con ellos muchísimas veces, pero nunca lo lograron, luego les fue negada la entrada y cuando llevaron el asunto al Rey, el Conde arrasó con las tierras, la casa y los animales… ordenó a todos los campesinos que no hicieran tratos con ellos, que nos les vendieran ni compraran nada… A mis hermanas y a mi, nos dieron a buenas familias que nos aceptaron… y ellos murieron… solos… tristes… abrazados a aquellas figuras de piedra que hacías cuando eras niño… Sólo he venido a decirte lo que ha sucedido… y a pedirte que si tienes aun un poco de amor por nuestros padres… vengues su muerte.-
Dando una vuelta… Gisela desapareció por entre los árboles…
Marcelo estaba pálido… mudo… tardó unos minutos en comprender el mensaje y en sentirse el ser más infeliz sobre la tierra… En un momento… había perdido a sus padres y al amor de su vida… en un segundo desaparecieron sus ansias, sus sentimientos, sus sueños, su alegría… se dio cuenta que vivía en una prisión, que aquel al que siempre había creído su mecenas, no era más que el asesino de sus padres y que la única mujer que había despertado su pasión era un imposible…
Sintió una oleada extraña que le bañó el corazón… regresó cabizbajo a su taller… a su mundo… vio sus mármoles inacabados… vio sus herramientas… vio su pasado… recordó a sus padres… recordó su vida… recordó a Gisela y se razgó sus vestidos, a la par de lanzar un triste gemido y dejar correr sus lágrimas que le quemaban el rostro…
Marcelo perdió el apetito… y su creatividad con el mármol se anuló. No volvió a acercarse a su balcón y se mantenía en un oscuro rincón… ya no atendió a sus aprendices…
Sus manos habían labrado el durísimo mármol por años, es lo que le gustaba hacer y nunca habría ni pensado en trabajar otra cosa. Hasta ahora…
El Conde llegaba todos los días a exigirle que terminara lo encargado… a reprenderlo por la pereza… En uno de estos… el Conde encontró a Marcelo trabajando en los mármoles… y se calmó… Marcelo bajo de su tarima y se acercó al Conde diciéndole:
– Señor… he labrado infinidad de formas para ti, pero nunca me has permitido hacer una estatua tuya… y creo, que te debo ese homenaje, a ti, a mi salvador… te debo lo que ahora soy y tengo que pagarlo de la manera en que puedo hacerlo… por favor, permíteme hacer una estatua en tu honor… -
El Conde lo escuchó y le dijo que terminara lo ya iniciado y que después hablarían de eso.
Marcelo trabajó incesantemente, en poco tiempo terminó lo que el Conde requería, pidió nuevos aprendices, mejoró su taller y sonreía todo el tiempo…
El Conde quedó satisfecho, como era costumbre con el trabajo de Marcelo, este aprovechó todo lo que pudo para convencer al Conde de hacer una estatua en su honor, hasta que éste aceptó… la única condición fue que el modelo para la escultura tenía que ser únicamente el Conde en persona y que el trabajo se haría exclusivamente por las noches… algo renuente ante tanta exigencia el Conde terminó aceptando las condiciones.
Marcelo se entregó a preparar todo lo necesario, pidió el bloque del más fino mármol que existiese, y pidió oro… mucho oro… cuando el Conde supo lo del dorado metal, preguntó a Marcelo cual era la finalidad de eso, Marcelo respondió que conocía una nueva técnica para mezclar el oro y el mármol para crear un nuevo tipo de escultura, digna para el Conde… y este, claro, habiendo recibido un saetazo en su orgullo personal, no preguntó más y ordenó que todo lo que Marcelo ordenase le fuese llevado lo más rápido que se pudiese.
Cuando todo estuvo listo… Marcelo pidió al Conde tres días para prepararse e iniciar el cincelado del mármol. Los obtuvo. Y durante tres días y sus noches, Marcelo no salió ni para comer… durante las noches, se escuchaban golpes fuertes en el taller del escultor y un brillo naranja iluminaba el balcón de su taller hasta ya entrada la madrugada.
Terminado el tercer día, al anochecer, Marcelo pidió al Conde ir al taller.
Era una noche fría y tormentosa… la lluvia caía en abundancia… el Conde llegó acompañado de un par de sirvientes… Marcelo le suplico los dejase ir, y le recordó que una de las condiciones para realizar aquel trabajo era la privacidad completa. El Conde pensando en que el oro tenía algo que ver con aquello, despidió a los sirvientes y quedo solo con Marcelo que cerró el taller con doble cerradura.
Afuera el viento crecía y la lluvía se intensificaba. Los cielos tronaban y los relámpagos iluminaban tenebrosamente las estatuas del jardín.
Marcelo, empezó a explicarle al Conde aquella nueva manera de escultura:
– Mi señor, este es un secreto muy bien guardado por mucho tiempo, sólo lo conocen los entendidos y es la primera vez que se explica a alguien que no es escultor, pero siendo tú quien eres, vale la pena que lo conozcas.-
– Aquí, tenemos los materiales para hacer el molde donde vaciaremos el oro fundido, que creará lo que se llama el “alma de la escultura”, este irá a su vez, incrustado entre dos planchas de mármol que cincelaré y será tu imagen esculpida. Es decir, una doble obra de arte, mármol por fuera y oro por dentro… ¿qué te parece?-
El Conde estaba embelezado… se imaginaba su escultura terminada, siendo admirada por todos…
– Magnífico Marcelo… empezemos.
– Bien, mi señor– dijo Marcelo. – Aca tengo estas planchas de madera, llenas de arcilla donde debo moldear tu cuerpo, necesito que te subas y te acuestes en una, yo voy a agregar mas arcilla para crear el molde… no te preocupes mi señor, no mancha, y además, estamos solos, nadie verá nada…-
El Conde, se acostó en una de aquellas planchas de madera y Marcelo trajó dos grandes recipientes llenos de arcilla y empezó a vaciarlos alrededor del cuerpo del Conde… a este le pareció incómodo aquel proceder pero nada dijo… sintió como su cuerpo se hundía suavemente en aquella superficie suave… mientras Marcelo agregaba más y más arcilla a los lados del cuerpo del Conde.
– Ahora señor. – dijo Marcelo. – permíteme cubrir tus ojos, nariz, boca y oídos con estos paños de seda para evitar que la arcilla te cause molestias…
El Conde no tuvo tiempo de aceptar, Marcelo le cubrió los ojos, la boca, la nariz y los oídos rápidamente… al tiempo que le decía que se mantuviese lo más quieto posible para que el molde no fuese a deformarse…que la operación no duraría mas que 10 minutos… El Conde que ya no podía responder movió un dedo en aprobación.
Pasados los diez minutos, el Conde que se sentía un tanto ridículo en aquella posición trató de moverse, pero se resultó imposible… estaba pegado por completo a aquella arcilla, trató de gritar pero el paño no se lo permitía… los truenos de la tormenta se hacían cada vez más frecuentes y poderosos…
Entonces el Conde escuchó la voz de Marcelo muy cerca a uno de sus oídos…
– Oh mi Señor… Conde de Migraff!… Tengo tanto que agradecerte… Soy un escultor gracias a ti… he tenido esta vida regalada, gracias a ti… soy rico, y conocido, gracias a ti…
– Y soy huérfano… gracias a ti…
El Conde se revolvía en aquella prisión de lodo que envolvía su cuerpo… estaba sofocado… rabiaba pero de nada le servía…
– Mi Señor… tengo que mostrarle al mundo mi agradecimiento hacia ti… Por eso crearé mi obra de arte, tu estatua… será tan especial que llevará incluso tu alma… y tu cuerpo…
Marcelo empezó a reír histericamente… mientras subía la otra plancha de madera y la colocaba justo sobre el rígido cuerpo del Conde… y la fue bajando poco a poco… lentamente hasta que el cuerpo del Conde quedó enmedio de las dos… Marcelo tomó sendas cuerdas y las pasó entre las dos planchas apretándolas lo más que pudo, hasta quedar exhausto…
Espero tranquilamente por el resto de la noche… a las primeras horas del alba, quitó las cuerdas y separó las planchas… el cuerpo del Conde se hallaba cubierto por completo de arcilla sólida… Marcelo con un pequeño cincel y martillo… quitó el exceso de arcilla hasta dejarlo perfecto… era una estatua verdadera… color marrón… con cuidado separó completamente el cuerpo de las planchas y lo cargó con gran esfuerzo hasta el contenedor donde hervía el oro y dejó caer el cuerpo del Conde dentro del líquido…
Pacientemente apagó el fuego… y espero… espero… espero…
Al tercer día… los sirvientes del Conde lograron romper la doble cerradura del taller de Marcelo… y se maravillaron al encontrar una estatua del Conde en tamaño natural, de oro puro sobre un hermoso bloque de fino mármol y en la piedra, las palabras: "En honra al asesino de mis amores", el cuerpo de Marcelo, frio, yacía a los pies de la escultura… con un puñal atravesándole el corazón…
Por más que buscaron al Conde Migraff nunca lo hallaron…
Desde muy chico, sintió la necesidad de darle forma a la piedra. En cuanto tomaba un guijarro del suelo, empezaba a golpearlo con otra roca y en poco tiempo aparecía la silueta de un caballo o de un toro.
A pesar de eso, sus padres no apreciaban aquel don, y no era porque no se diesen cuenta de que el muchacho tenía muy claras aptitudes artísticas, sino porque lo necesitaban para otros quehaceres. Era el único varón de aquella familia de campesinos. Por lógica natural y por la necedad de la supervivencia, aquel niño era el llamado a seguir los pasos del padre: cuidar de la tierra, atender a los animales, mantener la casa en condiciones normales y cuidar a la familia.
El problema no era cosa simple. Porque perdía el tiempo en tallar sus piedras mientras era hora de cuidar las ovejas o de ordeñar las vacas, o de limpiar los gallineros, o de ir por agua al río; se ensimismaba de tal manera en darle los toques apropiados a aquellas rocas que el tiempo se le iba y era devuelto a la realidad de la vida o con el espantoso grito del padre o en el peor de los casos con un fuerte golpe que lo asustaba y lastimaba mucho más profundamente de lo que parecía.
En ese devenir, lastimoso, se le fueron los primeros años, tuvo que aprender a reprimir sus ansias escultóricas en ciertas horas del día, para evitar los castigos paternales. En casa, las cosas no marchaban de mejor manera, la madre, era igual de autoritaria, más por necesidad que por vocación, había tanto que hacer, desde la mañana hasta la noche. Atender las necesidades de los hermanos menores era una prioridad que no podía dejarse de lado bajo ningún pretexto.
Su suerte cambió un soleado día, en que estando atizando el fuego del caldero, escuchó una voz extraña, era una voz masculina que desde fuera de la casa, reclamaba por ser atendida. El padre estaba ausente, en sus oficios del campo, la madre con mil cosas por hacer, los hermanos clamando por comida, despertigados por toda la casa... y la voz fuerte seguía llamando desde fuera…
La madre, un tanto desconfiada, miró por la ventana y habló con el extraño por unos momentos, luego, se abrió la puerta y él pudo observar desde el fogón, un par de espléndidas botas pisar el viejo suelo de madera. El desconocido fue llevado hasta el pequeño comedor, la madre reclamó su presencia de inmediato.
Se acercó a la mesa y pudo observar el rostro del recien llegado, era blanco, alto, del ojos claros y amables... lo que más le llamó la atención fue su sonrisa... se sintió tranquilo, sin miedo y se acercó aun más. El hombre lo saludó, y lo hizo de una manera que nunca lo había hecho nadie, con una inclinación de cabeza y tendiédole la mano, además lo llamó por su nombre, el cual le había dado a saber la madre a aquel gentil visitante.
Fue enviado al huerto a recoger algunas frutas para el visitante. En el camino de vuelta a la casa, en su acostumbrado mirar hacia el suelo, su vista dio con una superficie blanca; dejó a un lado el cesto con frutas y se dedicó a escarbar el suelo, aquello que había visto era la puntita de algo más grande, era una piedra extraña, blanca con rayas negras y rojizas. De inmediato en su mente empezaron a desfilar toda clase de imágenes de objetos y animales, incluso de personas, que podían ser trasladadas a aquella roca de hermosa apariencia y fría superficie.
Buscó a su alrededor y encontró algunas de aquellas otras rocas, duras que le servían para cortar y dar forma a otras. Y empezó a golpear aquella piedra blanca, la golpeaba por acá y por allá y en cada golpe se desprendían pedacitos blancos que se iban acumulando en el suelo.
Y como siempre, el tiempo se le fue... trancurrió sin que él se diese cuenta... se olvidó de las frutas, de la madre, del amable desconocido y del padre y sus golpes... y claro, fue precisamente esto último lo que lo trajo de vuelta a la realidad... sintió su carne encenderse, y luego el dolor y el ardor penetrantes... todo a la par del grito de aquella voz tan conocida... el padre lo sorprendió agachado en medio del camino, le habló una, dos, tres veces y fue como hablarle a una pared, entonces quitándose la correa de sus pantalones, le propinó un fuerte golpe en la espalda…
Su respuesta fue la de siempre, salir corriendo, llorando y gritando y sin soltar su tesoro... esta vez se dirigió a la casa... olvidando el cesto de frutas a los pies del padre.
Cuando entró a la casa, sabía que más golpes vendrían, la madre estaría enfurecida por la tardanza y ya tendría en sus manos el atizador, listo para impartir la disciplina... más no hubieron golpes esta vez; en el medio del recibidor estaba de pie el amable visitante, observando lo que acontecía, la madre a un lado, roja como un tomate, pero sin el atizador en sus manos, éstas las sostenía sobre sus caderas.
Por alguna razón, en lugar de ir a su escondite, bajo su cama, se refugió entre las piernas del visitante y esperó con ansiedad la llegada del padre. Este llegó, y sin dudas iría a darle una paliza acompañada por mil golpes... pero esto tampoco sucedió... el padre entró y se encontró cara a cara con el visitante. Lo increíble fue que aquel hombre de hierro, de mirada ígnea y voz de huracán que era su padre, puso rodilla en el suelo y bajo la cabeza ante el visitante.
No hubieron regaños... ni golpes... y el silencio que se hizo en la casa hasta le pareció raro... además lo sentaron a la mesa, le dieron pan y miel y un gran vaso de leche de cabra... fue entonces cuando se calmó lo suficiente y escuchó al visitante…
-He sabido desde hace ya algún tiempo que este niño tiene el don de tallar la piedra- dijo el hombre- Y también he observado que ustedes tienen el don de tallarle la espalda a golpes...-
-El niño no merece esta vida… ya ven de lo que es capaz de hacer con sus manos… y pienso que su futuro es mejor en otro mundo… aquí se va a desperdiciar un talento increíble… así que ustedes deciden… eso si… piensen bien lo que van a responder…-
-Pero señor– dijo el padre, – usted sabe que Marcelo es lo único que tenemos para nuestro futuro… no podemos prescindir de él… sería una tragedia para nosotros.-
– Y quedarse aquí, – dijo el visitante – sería una tragedia para él.
-Nosotros no entendemos de artes, señor – dijo el padre– entendemos del campo, de las cosechas, de los animales… ésta es nuestra vida, y Marcelo es parte de esta vida… Mi abuelo crió a mi padre de ésta manera, y mi padre me crió a mí de la misma forma... no conozco otra señor... es la tradición...-
-Ya veo… -dijo el visitante al tiempo que se paraba– entonces no queda alternativa, les dije que pensasen bien lo que iban a responder, y lo que respondieron no es lo que quería escuchar, por lo tanto, he decidido llevarme a Marcelo inmediatamente a palacio… ustedes podrán visitarlo una vez al año si asi lo desean o hasta que él lo permita.
Despues de aquellas palabras, ambos padres se echaron a llorar, él sintió una especie de tristeza al verlos asi, y ya estaba levantándose para ir a abrazarlos cuando el visitante le tomó de los brazos y lo acercó a él diciéndole:
-Marcelo, soy el Conde Migraff, soy el dueño absoluto de todas estas tierras, y quiero que vengas conmigo a palacio, tengo muchas piedras allí, grandes y hermosas, de muchos colores y quiero que las transformes, que las conviertas en aves, en caballos, en cisnes, en muchas cosas… tus padres lloran porque son felices… ellos saben que estarás bien… y te van a visitar… Te va a gustar mi palacio, además conocerás a otros que también aman las piedras y que igual que tú, pueden crear cosas hermosas… ellos serán tus maestros y te enseñaran sus secretos… Ve a traer algo de ropa… no necesitas más… vamos, te espero… date prisa...
No pensó más en nada y fue a recoger lo que el Conde le había dicho. Desde allí se escuchaban los llantos de la madre y los lamentos del padre, pero predominó la voz de aquel hombre...
Al volver, ambos padres lo abrazaron fuertemente, aun lloraban mucho, pero se puede decir que lo empujaron hacia la puerta. Fuera, el Conde esperaba en su caballo… lo levantó en vilo y lo colocó frente a él sobre la bestia y empezaron a cabalgar… el ruido del aire en sus oídos era fuerte y el cuerpo le empezó a doler por el movimiento…
Recorrieron mucho terreno... dejaron muy lejos aquel montocito de cabañas viejas donde vivían sus padres y los vecinos... y de pronto, apareció frente a Marcelo, aquel inmenso palacio... igual de imponente que el mismo Conde... Atravesaron el puente, las inmensas puertas se abrieron y los sirvientes corrieron a ayudar al Conde a bajar del caballo... El Conde lo tomó de la cintura y lo bajó del rocín...
-Bien Marcelo... ésta es ahora tu casa.- dijo el Conde.
Y dirigiéndose a otros sirvientes, les ordenó que atendieran al niño y que lo colocasen donde ya sabían.
Se acostumbró rápidamente a la vida en palacio… le enseñaron muchas cosas y aprendió velozmente. Su visión del mundo se ensanchó enormemente y lo mejor de todo, es que tenía todo el tiempo del mundo para darle forma al mármol, como aprendió que era el nombre de aquella piedra…
Sus padres llegaron algunas veces a verlo… sus visitas siempre eran breves y en las puertas del palacio, un soldado se mantenía siempre cerca... los padres simplemente llegaba a abrazarlo y a seguir llorando... luego, las visitas se terminaron... y Marcelo se olvidó de ellos con el paso del tiempo.
Conoció a otros Condes y Reyes… El Conde Migraff llegaba y le ordenaba le hiciera una sirena con tales detalles… él la hacía, encantado y luego se enteraba que la sirena era un regalo del Conde hacía otro poderoso…
Trabajaba en su arte, dentro de aquel gran recinto… sólo el Conde y algunos otros podían entrar… en ese lugar comía, dormía… vivía…
Sus manos fueron labrando el durísimo mármol por años… y la soledad empezó a molestarle.
Fue entonces… cuando desde su balcón… la vio…
Una doncella… caminaba sola por los jardínes… lentamente, se paseaba entre las estatuas que él mismo había labrado, las tocaba… las acariciaba… iba de una a otra… se parecia un poco a ellas…
No pertenecía al palacio... por lo tanto no debía estar allí... si la descubrían estaría en problemas... pero era tan especial la visión de aquella mujer... que él decidió no decir nada a nadie sobre ella.
Cada tarde, se repetía lo mismo… él dejaba lo que estuviese haciendo, por importante que fuese… y se iba a su balcón a observar a la doncella… ella se percató de su presencia… y le sonreía… y sus paseos eran desde entonces mas sensuales… mas atrayentes… y cada vez más cercanos a su balcón... pero aun así... era imposible que se pudiesen hablar...
Trató de averiguar quién era la doncella… nada. El Conde no tenía familia… la dama definitivamente no podía ser parte de la servidumbre… y nadie la conocía.
Le expresó al Conde su deseo por salir a dar caminatas por el jardín... pero el Conde se negó. Podía pasear libremente por todo el palacio... a su entero placer... pero no podía salir de el.
El deseo de poder saber más de ella, fue haciéndose intenso. Suplicó mil veces al Conde le permitiera salir a los jardínes por las tardes… el Conde se negó una y otra vez. Y le recordó que habían varios trabajos pendientes que estaban extrañamente atrasados. Mientras no cumpliese con aquellos, no le iba a ser permitido ni siquiera salir de su recinto.
Pero sus manos se negaban a apresurar las tareas encomendadas… Pasaba la mañana entera pensando en aquella dama, en las tardes la veía lejana, caminando entre las estatuas y percibiendo su sonrisa y por las noches no dormía imaginándose mil encuentros con ella… y asi… el mármol dejó de interesarle…
El Conde que se percató del atraso, llegó a exigirle que finalizase, pero Marcelo se negó, diciendo que si el Conde no le permitía salir por las tardes a los jardínes, él no terminaría lo iniciado… El Conde se molestó pero al ver la decisión de Marcelo, le dijo que le permitiría salir a los jardínes una vez por semana… Marcelo aceptó.
El día de salir llegó… Marcelo estaba loco de alegría… estaba enamorado, el amor lo invadía, su corazón hablaba, cantaba… caminó entre las estatuas esperando que apareciese aquella niña divina de sonrisa dulce… y sabía que tenía que declararle su amor… le diría que había nacido para amarla, que ella sería para siempre la dueña de su vida, que la había esperado, que la había soñado, solo de imaginar el encuentro, la garganta se le cerraba de los nervios…
En eso… ella apareció… envuelta en su manto blanco… hermosa… de grandes ojos claros y aquella sonrisa brillante y femenina… el manto envolvía un cuerpo que se antojaba perfecto… se acercó al escultor…El se sentía petrificado… su corazón se aceleraba… y se dio cuenta que estaba más enamorado que nunca…
Entonces ella dijo:
– Eres Marcelo, el gran escultor del Conde Migraff?
El asintió con la cabeza… a punto de brincar sobre ella y darle un beso apasionado.
– Marcelo… soy tu hermana Gisela… nací luego de tu partida…desde hace tiempo he tratado de entrar a palacio o de dejarte un mensaje, pero no he podido… al no saber quien eras, y verte en aquel balcón he tratado de llamar tu atención y atraerte a mí para cumplir con mi misión… ahora sé que eres tú… Marcelo… Nuestros padres han muerto de tristeza, desde que el Conde te trajo a palacio ellos vinieron a suplicarle te dejase ir con ellos muchísimas veces, pero nunca lo lograron, luego les fue negada la entrada y cuando llevaron el asunto al Rey, el Conde arrasó con las tierras, la casa y los animales… ordenó a todos los campesinos que no hicieran tratos con ellos, que nos les vendieran ni compraran nada… A mis hermanas y a mi, nos dieron a buenas familias que nos aceptaron… y ellos murieron… solos… tristes… abrazados a aquellas figuras de piedra que hacías cuando eras niño… Sólo he venido a decirte lo que ha sucedido… y a pedirte que si tienes aun un poco de amor por nuestros padres… vengues su muerte.-
Dando una vuelta… Gisela desapareció por entre los árboles…
Marcelo estaba pálido… mudo… tardó unos minutos en comprender el mensaje y en sentirse el ser más infeliz sobre la tierra… En un momento… había perdido a sus padres y al amor de su vida… en un segundo desaparecieron sus ansias, sus sentimientos, sus sueños, su alegría… se dio cuenta que vivía en una prisión, que aquel al que siempre había creído su mecenas, no era más que el asesino de sus padres y que la única mujer que había despertado su pasión era un imposible…
Sintió una oleada extraña que le bañó el corazón… regresó cabizbajo a su taller… a su mundo… vio sus mármoles inacabados… vio sus herramientas… vio su pasado… recordó a sus padres… recordó su vida… recordó a Gisela y se razgó sus vestidos, a la par de lanzar un triste gemido y dejar correr sus lágrimas que le quemaban el rostro…
Marcelo perdió el apetito… y su creatividad con el mármol se anuló. No volvió a acercarse a su balcón y se mantenía en un oscuro rincón… ya no atendió a sus aprendices…
Sus manos habían labrado el durísimo mármol por años, es lo que le gustaba hacer y nunca habría ni pensado en trabajar otra cosa. Hasta ahora…
El Conde llegaba todos los días a exigirle que terminara lo encargado… a reprenderlo por la pereza… En uno de estos… el Conde encontró a Marcelo trabajando en los mármoles… y se calmó… Marcelo bajo de su tarima y se acercó al Conde diciéndole:
– Señor… he labrado infinidad de formas para ti, pero nunca me has permitido hacer una estatua tuya… y creo, que te debo ese homenaje, a ti, a mi salvador… te debo lo que ahora soy y tengo que pagarlo de la manera en que puedo hacerlo… por favor, permíteme hacer una estatua en tu honor… -
El Conde lo escuchó y le dijo que terminara lo ya iniciado y que después hablarían de eso.
Marcelo trabajó incesantemente, en poco tiempo terminó lo que el Conde requería, pidió nuevos aprendices, mejoró su taller y sonreía todo el tiempo…
El Conde quedó satisfecho, como era costumbre con el trabajo de Marcelo, este aprovechó todo lo que pudo para convencer al Conde de hacer una estatua en su honor, hasta que éste aceptó… la única condición fue que el modelo para la escultura tenía que ser únicamente el Conde en persona y que el trabajo se haría exclusivamente por las noches… algo renuente ante tanta exigencia el Conde terminó aceptando las condiciones.
Marcelo se entregó a preparar todo lo necesario, pidió el bloque del más fino mármol que existiese, y pidió oro… mucho oro… cuando el Conde supo lo del dorado metal, preguntó a Marcelo cual era la finalidad de eso, Marcelo respondió que conocía una nueva técnica para mezclar el oro y el mármol para crear un nuevo tipo de escultura, digna para el Conde… y este, claro, habiendo recibido un saetazo en su orgullo personal, no preguntó más y ordenó que todo lo que Marcelo ordenase le fuese llevado lo más rápido que se pudiese.
Cuando todo estuvo listo… Marcelo pidió al Conde tres días para prepararse e iniciar el cincelado del mármol. Los obtuvo. Y durante tres días y sus noches, Marcelo no salió ni para comer… durante las noches, se escuchaban golpes fuertes en el taller del escultor y un brillo naranja iluminaba el balcón de su taller hasta ya entrada la madrugada.
Terminado el tercer día, al anochecer, Marcelo pidió al Conde ir al taller.
Era una noche fría y tormentosa… la lluvia caía en abundancia… el Conde llegó acompañado de un par de sirvientes… Marcelo le suplico los dejase ir, y le recordó que una de las condiciones para realizar aquel trabajo era la privacidad completa. El Conde pensando en que el oro tenía algo que ver con aquello, despidió a los sirvientes y quedo solo con Marcelo que cerró el taller con doble cerradura.
Afuera el viento crecía y la lluvía se intensificaba. Los cielos tronaban y los relámpagos iluminaban tenebrosamente las estatuas del jardín.
Marcelo, empezó a explicarle al Conde aquella nueva manera de escultura:
– Mi señor, este es un secreto muy bien guardado por mucho tiempo, sólo lo conocen los entendidos y es la primera vez que se explica a alguien que no es escultor, pero siendo tú quien eres, vale la pena que lo conozcas.-
– Aquí, tenemos los materiales para hacer el molde donde vaciaremos el oro fundido, que creará lo que se llama el “alma de la escultura”, este irá a su vez, incrustado entre dos planchas de mármol que cincelaré y será tu imagen esculpida. Es decir, una doble obra de arte, mármol por fuera y oro por dentro… ¿qué te parece?-
El Conde estaba embelezado… se imaginaba su escultura terminada, siendo admirada por todos…
– Magnífico Marcelo… empezemos.
– Bien, mi señor– dijo Marcelo. – Aca tengo estas planchas de madera, llenas de arcilla donde debo moldear tu cuerpo, necesito que te subas y te acuestes en una, yo voy a agregar mas arcilla para crear el molde… no te preocupes mi señor, no mancha, y además, estamos solos, nadie verá nada…-
El Conde, se acostó en una de aquellas planchas de madera y Marcelo trajó dos grandes recipientes llenos de arcilla y empezó a vaciarlos alrededor del cuerpo del Conde… a este le pareció incómodo aquel proceder pero nada dijo… sintió como su cuerpo se hundía suavemente en aquella superficie suave… mientras Marcelo agregaba más y más arcilla a los lados del cuerpo del Conde.
– Ahora señor. – dijo Marcelo. – permíteme cubrir tus ojos, nariz, boca y oídos con estos paños de seda para evitar que la arcilla te cause molestias…
El Conde no tuvo tiempo de aceptar, Marcelo le cubrió los ojos, la boca, la nariz y los oídos rápidamente… al tiempo que le decía que se mantuviese lo más quieto posible para que el molde no fuese a deformarse…que la operación no duraría mas que 10 minutos… El Conde que ya no podía responder movió un dedo en aprobación.
Pasados los diez minutos, el Conde que se sentía un tanto ridículo en aquella posición trató de moverse, pero se resultó imposible… estaba pegado por completo a aquella arcilla, trató de gritar pero el paño no se lo permitía… los truenos de la tormenta se hacían cada vez más frecuentes y poderosos…
Entonces el Conde escuchó la voz de Marcelo muy cerca a uno de sus oídos…
– Oh mi Señor… Conde de Migraff!… Tengo tanto que agradecerte… Soy un escultor gracias a ti… he tenido esta vida regalada, gracias a ti… soy rico, y conocido, gracias a ti…
– Y soy huérfano… gracias a ti…
El Conde se revolvía en aquella prisión de lodo que envolvía su cuerpo… estaba sofocado… rabiaba pero de nada le servía…
– Mi Señor… tengo que mostrarle al mundo mi agradecimiento hacia ti… Por eso crearé mi obra de arte, tu estatua… será tan especial que llevará incluso tu alma… y tu cuerpo…
Marcelo empezó a reír histericamente… mientras subía la otra plancha de madera y la colocaba justo sobre el rígido cuerpo del Conde… y la fue bajando poco a poco… lentamente hasta que el cuerpo del Conde quedó enmedio de las dos… Marcelo tomó sendas cuerdas y las pasó entre las dos planchas apretándolas lo más que pudo, hasta quedar exhausto…
Espero tranquilamente por el resto de la noche… a las primeras horas del alba, quitó las cuerdas y separó las planchas… el cuerpo del Conde se hallaba cubierto por completo de arcilla sólida… Marcelo con un pequeño cincel y martillo… quitó el exceso de arcilla hasta dejarlo perfecto… era una estatua verdadera… color marrón… con cuidado separó completamente el cuerpo de las planchas y lo cargó con gran esfuerzo hasta el contenedor donde hervía el oro y dejó caer el cuerpo del Conde dentro del líquido…
Pacientemente apagó el fuego… y espero… espero… espero…
Al tercer día… los sirvientes del Conde lograron romper la doble cerradura del taller de Marcelo… y se maravillaron al encontrar una estatua del Conde en tamaño natural, de oro puro sobre un hermoso bloque de fino mármol y en la piedra, las palabras: "En honra al asesino de mis amores", el cuerpo de Marcelo, frio, yacía a los pies de la escultura… con un puñal atravesándole el corazón…
Por más que buscaron al Conde Migraff nunca lo hallaron…
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