Seguimos un camino que en apariencia es algo preestablecido, la misma rutina nos hace pensar en eso, la repetición constante de los actos diarios, el ir y venir por las mismas calles y bajo los mismos cielos. Nada cambia en nuestra existencia, es el mundo el que cambia... ¿será así? Y no me refiero a los pequeños y cómodos cambios que nos auto-imponemos, sino a aquellos cambios sorpresivos que "nos cambian la vida" e incluso la perspectiva de nuestra propia vida.
El espejismo de una vida estable es violentamente borrado cuando tenemos una experiencia que nos saca del camino aparente de la rutina, al resultante lo llamamos complicación... todo sale de su lugar, incluso el tiempo. El universo exterior e interior se sacude desde sus propias bases y nos deja desnudos e indefensos ante los cambios que llegan.
El valor que damos a nuestra "gloriosa persona", cae por los suelos al no tener en nuestras manos el poder de ser nosotros mismos, al perder el poder de decidir, de actuar, de preferir los cielos cambian de color, la música alegre apenas ayer, hoy se torna marchita, lo que nos movía a la risa y al entusiasmo queda flotando en una oscuridad lejana, ni siquiera es perceptible a la memoria. El buen humor se eclipsa y todas aquellas cosas de nuestra personalidad que nos "daban" brillo, se esfuman. Entramos en un letargo cruel que se ensaña malévolamente en nuestra contra.
Si se añade que el cambio repentino viene acompañado por daños físicos el panorama es deprimente. La falta de salud es uno de los peores castigos para la vida humana. Es triste el aquello de que la mente quiere pero el cuerpo se niega, o viceversa. Y si para terminar de otorgar pesares es la misma mente la que queda en la orilla de la sanidad, entonces entramos por la puerta de honor del infierno personal.
Más la experiencia humana señala que todo, absolutamente todo es transitorio. Que toda alegría y toda tristeza tienen un fin. Que a toda duda, hay una respuesta y a todo dolor, una curación. Aunque no siempre es esa solución la que esperamos, las complicaciones alcanzan inclusive a ese esperado renacer, a ese nuevo emerger de las cenizas, a ese esfuerzo por continuar vivos. La continuidad no cesa, aunque cambie su apariencia. Es como la energía, que sólo se transforma pero nunca desaparece.
La vida fuera de nuestra individualidad continua su marcha impetuosa. No espera. Si al final lo que queda de nosotros es algo que ha perdido la capacidad de continuar la marcha, no queda nada más que cambiar de carril y que cese la vida. Pero aun en ese tenebroso punto, lo que se llama esperanza existe, bajo la forma que sea, entendible o cuestionable, no importa; la ley de las probabilidades juega no a nuestro favor, pero si a favor de la vida y en todo caso, nosotros ganamos.
Salir del infierno no es entrar al cielo. Uno sale marcado para siempre, y el infierno quizá jamás nos abandone.
Poetalibre
"Escritos desde San Francisco"
Abril 2010
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