Déjame decirte que como un niño me dormí ilusionado con tu cariño, pensando en el ámbar de tu pelo y en tus ojos, soñando despierto con el sabor de tus labios... el sabor de tu alma...
Abierto el campo y azul el cielo, empezé mi sueño de suspiro y viento, tomé fuerte tu cintura y tus manos y sobre un mimbre de plata te besaba toda, iluminada estaba la dorada almohada en donde yo despacio te soltaba el pelo, con la misma nube de algodón naranja, juguetón, cubría tu asustada piel, tu voz era suave, muy entrecortada, tu sangre incendiada como el sol ardiente, mi voz era grave, casi necesitada, mi sangre excitada, como tú, jadeante...
Aquellos besos, aquellas caricias, aquellos deseos, rodeados, envueltos en oro, cubiertos del dorado fulgor que nuestras ansias formaban.
De pronto, en mi sueño hubo sólo sombras, nuestra nube de oro se volvió negra y profunda, y tan sólo los luceros de tus ojos y los mios iluminaban apenas nuestro encuentro, un rayito tibio se metió por mi ventana y un dulce gorjeo culminó en mi oído...
Otra vez la mañana con su fresca sonrisa, otra vez la rutina y con ella la prisa, talvéz en el día ni siquiera te mire ni te hable ni te piense ni suspire... pero otra vez en silencio, cuando llegue la noche, estarás en mis sueños, sobre mis nubes de oro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario