La vida es un mar, en constante movimiento, es un ir y venir hacia diferentes puntos, es un viaje en solitario, es una míriada de cosas a las que llamamos propias, eternas, temporales, alegres, tristes, solemnes, simples, dolorosas, ingenuas, tardías, sorpresivas, sensuales, lacerantes, superfluas, repulsivas, maravillosas, inocentes, adorables, terribles, corrientes, profundas, tontas, difíciles, poéticas, liberadoras, infantiles, sangrientas, serias, locas, abismales, amorosas, ilógicas, lejanas, imposibles… y miles más.
En su ebullición continua, la vida nos da pautas, problemas, soluciones, enfrentamientos, dolores, ilusiones, pérdidas, ganancias, oportunidades, beneficios, arrepentimientos, prisas, locuras, debilidades, soledades, amores y odios… y miles más.
Vivimos apenas en la orilla de tan tremendo océano, a pesar de tanto que recibimos de ella, la vida nos queda demasiado grande en la mayor parte de las veces, incluso nos deja rezagados, perdidos, anhelantes, deseosos, en conflicto con nosotros mismos, muy a nuestro pesar, muy en contra del poderoso deseo de alcanzar metas, de cumplir sueños, de saber un poco más de lo desconocido. La vida nos abraza, nos transforma, nos amolda, nos empuja, nos sacude, no espera y quedamos atrás, cuando el tiempo de la marea de la vida se acaba para nosotros.
Nos aferramos al pasado, a los recuerdos, a aquellos días que no volverán nunca más y que los sentimos como los más felices, los más especiales, los mejores que hemos tenido. Pero las mareas pasadas del mar de la vida sólo dejan consecuencias en nosotros, los recuerdos los atesoramos como algo invaluable, y a pesar de que lo pasado nos da la experiencia para el presente, ni alli, logramos ponernos a la altura necesaria para ir más allá de esa orilla que pisamos con mezcla de temor, ansiedad, deseo, impulso, curiosidad y en algunos casos, temeridad.
Nos atenemos al futuro, a los sueños, a los planes, a lo que deseamos conseguir, disfrutar, poseer; y luchamos unos con enormes fuerzas y otros con la fé por delante para embarcarnos en esa marea imponente que es el mar de la vida futura. Sin certezas ni seguridades, el viaje por ese futuro se llena de fantasías, de exageraciones, de falsas promesas que nos hacemos a nosotros mismos, sellamos contratos con nosotros mismos, y buscamos la estrella que nos alumbre esa oscura playa donde deseamos dejar huella.
Mientras que el presente, el oleaje repetitivo nos condena a la rutina, al cansancio, a todo lo que no es el bello pasado, ni el desconicido pero luminoso futuro que imaginamos y es en realidad, este presente, lo único valedero que tenemos. Caminamos por esa playa sin darnos cuenta de hacerlo, oímos el ritmo de las olas pero no las escuchamos, vemos el mar pero no lo observamos, el recuerdo nos perturba, los sueños nos invaden y dejamos de vivir nuestro presente, la belleza profunda de ese mar misterioso es vedada a nuestra comprensión.
Si tan sólo nos atrevieramos a penetrar en sus aguas… lo que hallaramos sería quizá lo que necesitamos para dejar el pasado en paz y dirigirnos al futuro bajo otros términos, mucho más lógicos, seguros y firmes.